Las expectativas que uno posee, los proyectos que algún día espera poder realizar, deseos que ansía materializar y que definen las aspiraciones que todos poseemos no suelen corresponderse con la percepción que (la mayoría de) los demás tienen.
Conocer a gente (nueva o no) es explorar lo desconocido, es compartir formas diferentes de entender las cosas. Con ciertas personas, por su caracter o sus preferencias, por coincidencias o por desencuentros, resulta menos complicado este intercambio.
Este intercambio puede provocar sorpresas al tratar con una realidad que dista de lo esperado. En ese punto está el error; el fallo es prever lo desconocido, vestir con un traje a una persona sin conocerla lo suficiente, clasificarla, ubicarla,...
Tal vez sea una mecanismo de defensa automático. Lo desconocido genera una redacción de prudencia, puede provocar inseguridad, incluso miedo. Posiblemente por ello, clasificar a la gente nos ayuda a sentirnos menos expuestos.
Sin embargo, yo creo que las clasificaciones no es algo apropiado para utilizar con las personas, conocer a la gente es para mi esperar lo inesperado, dejarse llevar por aquello que te transmite y liberar las realidades que se despiertan interiormente, dejar fluir esas sensaciones, algo flexible y que continuamente moldeamos a medida que llegamos a conocer mejor a la otra persona.
Pensar que conocemos a una persona es un error. Nunca acabamos de conocernos, porque en nuestro trato, poco a poco vamos destapando cajitas que realmente muestran nuestras realidades.
En ocasiones, no somos capaces de transmitirlas de la forma adecuada, en otras los demás no los saben interpretar, aunque en la mayoría de casos se trata de cosas que decidimos no compartir. Porque es necesario poseer un espacio propio.
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