Durante el año, son pocos días que puedo disfrutar para relajarme y hacer aquello que no me es posible con la vuelta a la rutina. Este año (como siempre), he decidido compartir estos días con mi "familia", mi madre y mi hermana con sus parejas.
Nos resistimos a superar ciertas etapas especialmente importantes de nuestra vida.
Estan allí. Omnipresentes, esperando su momento para entrar en escena. Ocupan de forma incontrolable un espacio en algún lugar de tu cabeza. Y de alguna manera que no alcanzo a entender siempre logran resurgir y despertar recuerdos, que pueden ser cercanos o lejanos, dolorosos o felices, rencillas o complicidades, llegando a veces a poseer cuotas de protagonismo tan importantes como innecesarias.
Status quo.
En todas las familias, el tiempo asigna un rol a cada uno de los miembros que la componen. Como si de una novela se tratase, en la que poco a poco un narrador a caracterizado a los personajes te encuentras con la difícil tarea de romper clichés pasados y mostrarte tal cómo eres hoy en día. Todos evolucionamos pero en nuestra família, los cambios se sienten diferente.
Es difícil sobreponerse a este tipo de actitudes, pero lo más duro es analizar la realidad que subyace en ello : una pérdida doble:
- Pierde el que no te acepta tal y como eres hoy en día, el que no espera, el que no escucha creyendo conocerte suficientemente.
- Pierde el que no transmite, el que no comunica, el que no vacía y comparte (con sus seres más apreciados) todo aquello que ha aprendido y experimentado por miedo, duda u oportunidad.
Y perder es algo que debemos evitar.