martes, 18 de marzo de 2008

De los amores negados a Saber perder

De los amores negados es el último libro que acabé ayer aprovechando mi dificultad para caer en brazos de morfeo.


Leer un libro es algo muy personal, no es como una película. En un libro puedes sumergirte en la esencia de aquello que el autor quería transmitir indagando en tu interior.

La lectura está impregnada con la fuerza de la palabra, la que te permite cerrar los ojos, imaginar, liberar la mente, no poner límites a la realidad porque tú la construyes, te permite transformar el escalofrío en sentimiento, te guía en una historia que sugiere y no impone, algo casi mágico que a la vez es etéreo y real.

Leer te puede alterar los sentidos: te puede erizar el bello, dibujar una sonrisa, hacer que se te agüe la boca o se te humedezcan los ojos, puede recorrer tu espalda mientras eres transportado a otro lugar donde decides ser actor o observador de excepción de una historia que se desarrolla no sólo con cuidados detalles y descripciones que realiza el autor sino también navega en los propios sentimientos, las percepciones, convicciones interiores que la condimentan trasladando la acción a un limbo equidistante entre autor y lector.

Los libros no se limitan a explicar una historia, los libros están vivos y pueden apoderarse de ti.

Os dejo con un par de fragmentos que he seleccionado:

"Era una noche de carnaval y fiesta, pero ella había huido en busca del húmedo mar; amaba la soledad del oleaje, la simetría de su música. Se había quitado los zapatos para sentir el crujir de las caracolas trituradas bajo sus pies, otro sonido que adoraba. Había llegado a la orilla y se había sentado a escuchar el vaivén de las olas... su respirar y espirar constantes. En ese momento, había entendido que las olas eran la respiración del mar; venían y se iban en un sí y no constantes. Decían sí cuando llegaban y lamían la arena, y no cuando se alejaban..."

"Pensaba "por qué será que cuando tenemos la felicidad soñada entre las manos no la saboreamos más a fondo?"; ¿por qué seremos tan inconscientes y nos cuesta identificar el momento de gloria?; ¿por qué no chupamos como troncos sedientos la savia de alegría de ese instante, y lo vamos liberando como alimento que nos nutra día a día?;¿por qué la felicidad nos pasa desapercibida en el segundo mismo en que la estamos viviendo, y luego toca revivirla a punta de recuerdos?;¿quién nos metió en la cabeza que la felicidad para ser reconocida, debía ir vestida de felicidad, con un letrero luminoso diciendo: hey, estoy aquí. Soy la felicidad, disfrútame?"

Podría perderme en los detalles, rellenar líneas con fragmentos. Aquellos que surgen cuando tras leer, sientes que necesitas releer, recitar en voz alta e incluso protagonizar como si en forma alguna descubrieran una parte de ti que aún no conocieras, que estuviera aún dormida. Pero en vez de ello, voy a reducirlo a algo simple, a aquello que me deja la novela tras acabar de leerla, al último sorbo, la última esencia, a aquello de nuevo que he descubierto en mi interior tras leerla (para los que quieran más está el libro).

Necesitamos liberar aquello que va bloqueando nuestros sentires. Mantener el espíritu limpio, espontáneo, atento, abierto a lo inesperado. No correr tras "la felicidad". Disfrutar de cada momento. No forzar las situaciones, ni obligarse a correr contra voluntad. Dejar fluir las sensaciones, los sentimientos, no apresurarlos. Dar salida a las pasiones, alimentarlas, pero también saborearlas y sobretodo compartirlas. La máxima realización, la culminación profesional o artística puede ser interiormente vana si va unida a un naufragio personal.

Esta mañana he comprado un libro en la Fnac del que había oído hablar: Saber perder . El título ya me había intrigado en el momento que lo escuché; He leído la contraportada y las buenas vibraciones iban en aumento; El primer parágrafo de la primera página ha sido la última señal que he necesitado para convencerme de que ese sería el siguiente:

"El deseo trabaja como el viento. Sin esfuerzo aparente. Si encuentra las velas encendidas nos arrastrará a la velocidad de vértigo. Si las puertas y contraventanas están cerradas, golpeará durante un rato en busca de grietas o ranuras que le permitan filtrarse. El deseo asociado a un objeto de deseo nos condena a él. Pero hay otra forma de deseo, abstracta, desconcertante, que nos envuelve como un estado de ánimo. Anuncia que estamos listos para el deseo y sólo nos queda esperar, desplegadas las velas, que sople su viento. Es el deseo de desear."

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